
De pequeñas, muchas soñamos con ser princesas, idealizamos a nuestro padre como un príncipe de Disney y deseamos el “felices para siempre”. La niñez tiene esa magia que nos hace creer que todo es posible, que el mundo es color de rosa. Sin embargo, con el tiempo y el acceso a más información, las niñas de hoy ya no se conforman con el vestido de princesa; ahora también quieren los poderes de sus superhéroes favoritos.
Y cómo no hacerlo, si los niños tienen escudos, espadas, capas y habilidades mágicas para conquistar cualquier reto. Al llegar a la adolescencia, comenzamos a desencantarnos de ese mundo idealizado. Descubrimos que nuestro padre es un ser humano con defectos, que los finales felices no son tan comunes como imaginábamos, y que las relaciones entre amigos, parejas y familias a menudo son más complejas de lo que pensamos.
Es en medio de esta desilusión que muchas decidimos convertirnos en nuestras propias heroínas. Creemos que podemos salvarnos a nosotras mismas y enfrentar el mundo entero, sintiéndonos invencibles mientras, por dentro, llevamos vacíos emocionales, dudas y una sensación de incomprensión. En este punto, a menudo nos refugiamos en la tecnología, donde encontramos un mundo irreal que nos lleva a quererlo todo de inmediato, y a comparar nuestras vidas con las de los demás.
Pero quizá esa superheroína que intentamos ser está perdiendo fuerzas, y lo que realmente necesita es comprender que su verdadero poder no está fuera, sino dentro de ella. Y para descubrirlo, está bien pedir ayuda, porque incluso los mejores superhéroes tienen compañeros que los apoyan en los momentos más difíciles.
¿Y si tomamos el ejemplo de las historias donde varios héroes se unen para vencer un mal mayor? ¿Qué pasaría si en la vida real aprendemos a reconocer nuestra fuerza, a trabajar en equipo y a apoyarnos mutuamente para alcanzar nuestras metas? Desde un lugar más bondadoso y paciente con nosotras mismas, podríamos abrazar nuestra vulnerabilidad, respetar nuestros procesos y celebrar nuestra singularidad. Porque aquello que nos hace únicas es, en realidad, nuestro mayor poder.